EL HOMBRE QUE QUERÍA MUJERES LIBRES

Quien conoce bien a Cervantes sabe que muchos de sus personajes femeninos también dicen #se acabó. Y no es precisamente el caso de la sin par Dulcinea del Toboso/Aldonza Lorenzo, ese producto idealizado de la imaginación de Don Quijote, que no es más que un complemento de la parodia del caballero andante («porque el caballero andante sin amores es árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma»).

María García Sánchez e Isabella Torres Martínez, de 1º de oBachillerato, han iluminado y dado rostro a cinco de esos perfiles audaces, rebeldes e independientes que Cervantes construye en una época -siglos XVI-XVII- en que la mujer está sometida a la voluntad del varón, y sus únicos universos posibles son las fronteras de su casa o las del convento. Además de otros límites que imponía la honra: castidad, discreción, obediencia y silencio casi absoluto.

Como dice Inma Chacón acerca de su pieza teatral Las Cervantas, es posible que las propias hermanas del autor del Quijote le inspiraran para crear modelos de mujer que iban contra corriente: no está documentado, pero parece que fueron ellas quienes reunieron el dinero para rescatar a su hermano del cautiverio de Argel. El cómo lo consiguieron cimentó su pésima reputación. Eran mujeres que leían libros en un siglo en que pocos sabían leer, hacían de todo para ganarse la vida o emprendían pleitos -y los ganaban- contra hombres que les prometían matrimonio y después si te he visto no me acuerdo.

Ilustración: María García Sánchez

Exactamente lo mismo que le reclama Dorotea en El Quijote a don Fernando, quien abusando de su rango y poder, y tras engatusarla y seducirla con promesas de casamiento, le dice ahí te quedas, porque le han concertado un ventajoso matrimonio con Luscinda. Y esta Luscinda es otra que tal baila, ya que no quiere a don Fernando, sino a Cardenio, y está dispuesta a clavarse un puñal en el pecho antes de casarse con un hombre al que no ama.

De boda estoy vestida; ya me están aguardando en
la sala don Fernando el traidor y mi padre el
codicioso, con otros testigos, que antes lo serán de
mi muerte que de mi desposorio.

En las novelas de Cervantes encontramos bastantes ejemplos de mujeres que quieren o eligen ser libres: Preciosa, la gitanilla de las Novelas ejemplares, propone a don Juan de Cárcamo -un gentilhombre rendido a su gracia y belleza- que conviva con los gitanos durante un año para demostrar que su amor es verdadero y no un capricho. Y le advierte: Señor galán, sepa que conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada, sin que la ahogue ni turbe la pesadumbre de los celos (…). Más tarde, cuando los gitanos acceden a dársela a don Juan en matrimonio, Preciosa interviene para dejar bien claro que no comulga con determinadas condiciones: Estos señores pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere (…)

Ilustración: Isabella Torres Martínez

Coraje, inteligencia, rebeldía y encanto definen a Ana Félix, que aparece en el capítulo LX del Quijote de 1615. Estamos en el puerto de Barcelona. Se da el aviso de la llegada de una galera turca que finalmente es abordada por dos barcos españoles. Apresan a los marineros y al joven y apuesto capitán. Ante la sorpresa de los presentes, el capitán turco revela su identidad:

—Dime, ¿eres turco de nación o moro o renegado?
A lo cual el bello mozo respondió, en lengua asimismo castellana:
—Ni soy turco de nación, ni moro, ni renegado.
—Pues ¿qué eres?
—Mujer cristiana —respondió el mancebo.
—¿Mujer y cristiana y en tal traje y en tales pasos? Más es cosa para admirarla que para creerla.

Ilustración: María García Sánchez

No es la primera mujer cervantina que tiene que disfrazarse de hombre para conseguir lo que desea. Ana Félix, expulsada de España y llevada a Argel por su condición de hija de morisco, no se resigna a que la suerte gobierne su vida y decide ser dueña de su destino: por medio del engaño y el travestismo, logra sobrevivir al ambiente hostil del cautiverio argelino; escapa con ingenio de su prisión y, vestida de pirata, capitanea una nave, se enfrenta a las autoridades del Imperio, y sobrevive para contar su historia frente a un público que queda encantado de su astucia y valentía.

Y es forzoso e inevitable -aunque se ha hablado ya mucho de ella- referirnos a la mítica pastora Marcela. El lector y los personajes se la encuentran de sopetón en el capítulo XIV del Quijote de 1605: Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor (Grisóstomo), con otros no esperados sucesos. Y tan inesperados.

Tras endilgarles don Quijote a unos cabreros su discurso de la edad de oro (cap.XII), aparece otro pastor que les anuncia la muerte del estudiante Grisóstomo, muerto de amores por aquella endiablada moza de Marcela. De Marcela (cap. XIII) sabemos que es hija del rico labrador Guillermo y que por su hermosura es pretendida por todos los hombres del lugar y los contornos, a quienes ella invariablemente da calabazas taxativas e irreversibles. Su belleza se hace pública cuando, según uno de los cabreros, remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. A partir de aquí, todos sus adoradores también desfilan por los campos haciendo como que pastorean, incluido el también rechazado y malogrado Grisóstomo, de cuya muerte los cabreros culpan sin piedad a Marcela, a la que tachan de cruel, desdeñosa, ingrata, altiva, enemiga del linaje humano o fiero basilisco de las montañas, entre otras lindezas. La esquiva y hermosa Marcela se presenta inopinadamente en el entierro del estudiante (cap. XIV) y su alegato es memorable:

Ilustración: Isabella Torres Martínez

Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. (…)

Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.

Y sí. Estamos ante personajes de ficción. Pero tras el discurso de Marcela, Luscinda, Preciosa y de otros personajes cervantinos que reclaman hacer y decidir lo que les plazca con sus vidas, suena la voz de su creador, su mirada abierta a la modernidad y su comprensión de las debilidades humanas. Un adelantado que desconfiaba del sistema y que proclamaba que la libertad era el don más preciado que al hombre dieron los cielos. El hombre que quería mujeres libres.